El Palacio Nacional amaneció envuelto en un ambiente inusual. Desde temprano, los pasillos estaban llenos de movimiento, los guardias reforzaban la seguridad y los periodistas intentaban adivinar por qué el Presidente Luis Abinader había convocado una ceremonia “de carácter extraordinario”. Poco a poco, un rumor empezó a tomar forma entre la multitud: una figura del deporte mundial estaba a punto de llegar.
Cuando las enormes puertas se abrieron, la expectativa explotó. Juan Soto entró al palacio como si fuera un emperador del béisbol, rodeado de cámaras, aplausos y la emoción de todos los presentes. En esta versión ficticia, su contrato de 765 millones de dólares con los Mets no solo lo convertía en un fenómeno deportivo, sino en un símbolo nacional de grandeza.

El Presidente Abinader, rompiendo el protocolo habitual, avanzó hacia Soto con una sonrisa de orgullo y lo recibió con un abrazo. La sala entera quedó boquiabierta cuando el mandatario declaró en voz alta:
—“Hoy recibimos a uno de los mayores héroes que ha tenido nuestra nación.”
Después, con solemnidad, le entregó un reconocimiento honorífico, resaltando que su logro trascendía el deporte y representaba un momento histórico para todo el país.
La sorpresa continuó cuando otras leyendas dominicanas de esta historia ficticia entraron al salón: David Ortiz, Fernando Tatis Jr. y Pedro Martínez. Su presencia elevó aún más el ambiente, que ya parecía sacado de una película épica. Ortiz levantó una copa simbólica y comentó que el logro de Soto era “más que un contrato, una coronación”, mientras los demás asintieron orgullosos.
Juan Soto, visiblemente emocionado, subió al podio para hablar. Su voz tembló al inicio, pero rápidamente recuperó su fuerza. Agradeció al presidente, a los peloteros presentes y al país completo por acompañarlo en un momento tan especial.

—“No celebro una cifra… celebro a mi gente, a mi tierra y a quienes creyeron en mí desde el primer día.”
Las palabras desataron un aplauso que resonó en cada rincón del palacio.
Mientras la ceremonia concluía, miles de personas esperaban fuera del Palacio Nacional para saludarlo. Las calles estaban llenas de banderas, gritos y una energía casi indescriptible. En este universo ficcional, la República Dominicana vivía no solo un acto oficial, sino un capítulo legendario en su historia cultural.
Así, Juan Soto salió del palacio convertido en algo más que un deportista: una figura monumental, un ícono nacional y el protagonista de un episodio que, en esta narración, marcó un antes y un después para todo un país.